Todo este episodio nos muestra que en Estados Unidos, Donald Trump no tiene la exclusividad de la grosería y confirma que CNN –que en sólo 2 meses ha abordado la cuestión de la injerencia rusa más de 1 500 veces– no se dedica al periodismo y se burla de la verdad. Esto ya lo sabíamos desde hace tiempo, por haber seguido su tratamiento de los temas de política internacional, pero ahora se descubre que hace lo mismo en materia de política doméstica.
Aunque resulta mucho menos significativa, una nueva polémica ha surgido entre el presidente y los presentadores del programa matinal de MSNBC Morning Joe, que desde hace meses han venido criticando implacablemente al inquilino de la Casa Blanca. Uno de ellos, Joe Scarborough, es un ex abogado y parlamentario por el Estado de La Florida que aboga contra el derecho al aborto y por la disolución de los ministerios «inútiles», que según él son los de Comercio, Educación, Energía y Vivienda. Su compañera, tanto en sentido recto como en sentido figurado, Mika Brzezinski es una simple lectora de teleprompter que apoyaba a Bernie Sanders. En un tweet, el presidente los insultó identificándolos como «Joe el sicópata» y «Mika, la del bajo coeficiente intelectual». Nadie duda que tales calificativos estén cerca de la realidad, pero formularlos así no tiene más objetivo que herir el amor propio de ambos periodistas. En definitiva, los dos presentadores de Morning Joe publicaron en el Washington Post un texto donde ponen en duda la salud mental del presidente.
Mika Brzezinski es la hija del recientemente fallecido Zbigniew Brzezinski, uno de los personajes que manejan desde la sombra la ONG Propaganda or not? anteriormente mencionada.
La grosería de los tweets presidenciales no es un síntoma de locura. Dwight Eisenhower y sobre todo Richard Nixon fueron mucho más obscenos que Donald Trump y no por ello dejaron de ser grandes presidentes.
Trump no es tampoco un individuo impulsivo. En realidad, sobre cada tema, Donald Trump reacciona de inmediato con tweets agresivos. Después, lanza ideas en todos los sentidos, sin vacilar en contradecirse en diferentes declaraciones, y observa detenidamente las reacciones que estas suscitan. Finalmente, luego de haber llegado a crearse una opinión personal, se reúne con la parte adversa y generalmente llega a un acuerdo con ella.
Donald Trump ciertamente no tiene la buena educación puritana de un Barack Obama o una Hillary Clinton. Es más bien portador de la rudeza del Nuevo Mundo. A lo largo de su campaña electoral se presentó siempre como el hombre capaz de poner fin a las innumerables formas de deshonestidad que esa buena educación permite esconder en Washington. Y finalmente fue a él –no a la señora Clinton– a quien los estadounidenses pusieron en la Casa Blanca.
Por supuesto, cada cual está en su derecho de tomar en serio las declaraciones polémicas del presidente, encontrar que algunas son chocantes e ignorar las que dicen lo contrario. Pero no debe confundirse el estilo de Trump con su política. Al contrario, hay que analizar con precisión sus decisiones y sus consecuencias.
Veamos, por ejemplo, su decreto para impedir que entren a Estados Unidos los extranjeros cuya identidad el Departamento de Estado no tiene posibilidades de verificar.
Se observó que la población de los 7 países a cuyos ciudadanos se limitaba el acceso a Estados Unidos es mayoritariamente musulmana. De inmediato se vinculó ese factor a algunas declaraciones que el presidente había hecho durante su campaña electoral y se completó así el proceso de construcción del mito sobre un Trump racista. Se orquestaron una serie de procedimientos judiciales para obtener la anulación del «decreto islamófobo», hasta que la Corte Suprema confirmó que la medida era legal. Ante ese veredicto, se decidió pasar la página afirmando que la Corte Suprema se había pronunciado sobre una segunda versión del decreto que incluía una serie de concesiones. Y es cierto, sólo que esas concesiones ya figuraban en la primera versión, aunque redactadas de diferente manera.
Al llegar a la Casa Blanca, Donald Trump no privó a los estadounidenses de su seguro social, ni desató la Tercera Guerra Mundial. Lo que ha hecho es, al contrario, abrir numerosos sectores económicos que antes estaban tremendamente cerrados, lo cual favorecía a las grandes transnacionales. Está viéndose, además, un reflujo de los grupos terroristas en Irak, Siria y Líbano y una disminución palpable de la tensión en el conjunto del Medio Oriente ampliado, con excepción de Yemen.
¿Hasta dónde llegará este enfrentamiento entre la Casa Blanca y los medios de difusión, entre Donald Trump y ciertas potencias del dinero?
[1] «El “aparato Clinton” para desacreditar a Donald Trump», por Thierry Meyssan, Al-Watan (Siria), Red Voltaire, 28 de febrero de 2017.
[2] «El nuevo Orden Mediático Mundial», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 7 de marzo de 2017.
[3] «News Coverage of Donald Trump’s First 100 Days», Thomas E. Patterson, Harvard Kennedy School, 18 de mayo de 2017.
[4] Al cabo de 30 años de los hechos finalmente se supo que el misterioso personaje que se hacía llamar «Garganta profunda» y que alimentó con sus revelaciones el escándalo del Watergate era nada más y nada menos que W. Mark Felt, antiguo ayudante de J. Edgard Hoover y número 2 en la jerarquía del FBI.
[5] «La campaña de la OTAN contra la libertad de expresión», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 5 de diciembre de 2016.
[6] «Contra Donald Trump, la propaganda de guerra», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 7 de febrero de de 2017.
[7] «Project Veritas destapa una campaña de mentiras de CNN», Red Voltaire, 2 de julio de 2017.
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