Por Giusette León García
El tornado que azotó varios municipios de La Habana nos arrancó, de un tajo, algunas escuelas, pero jamás el derecho de nuestros niños a la educación.
Nos arrancó, de un tajo, una escuela, varias, entre ellas la Alfredo Miguel Aguayo del municipio Diez de Octubre. Daños inmensos en el techo y la estructura del sitio donde hasta hace poco crecían pañoletas rojas y azules se han cambiado por el silencio, aunque no por la inutilidad: en los patios donde ya no pueden corretear los pioneros se reparten materiales para los damnificados.
El maldito tornado dejó a estos niños sin escuela, pero los encontré sentados este martes en nuevas aulas, improvisadas con tino y gracia en la Dirección Municipal de Educación de Diez de Octubre: “Nos encanta esta nueva escuela”, coinciden varios. “Desde el lunes volvimos a clases”, me informan otros. “Aquí hacemos todo, hasta la Educación Física y nos traen el almuerzo todos los días”, señala otro. “Ay, si tú ves, a mi casa se le cayó el techo”, recuerda un niño de completo uniforme y sonrisa.
Llegamos por una iniciativa de la red de artistas de la Campaña Súmate por una vida sin violencia, con todas las intenciones de entregar optimismo y salimos nosotros premiados de futuro y paz, de confianza y alegría.
Pregunté, preguntona, mientras zafaba un cordón de emociones en mi garganta entre aquellas criaturas de luz y esperanza, tan parecidas a mis hijos, tan iguales en sus valores y sus energías. Suspiré tranquila porque la maestra de mis enanos seguramente haría lo mismo que la de aquella niña que me contó orgullosa: “ella fue a mi casa para saber de mí y dijo que ya iban a empezar las clases”.
De boca en boca, rápido como un viento sin paciencia, se corrió la voz y los niños supieron que, a pesar de todo, había indicios de normalidad, que el tornado les quitó la escuela, pero nunca, jamás, su derecho a aprender, a educarse, a ser felices.
(Tomado de Cubasí.cu)
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