Si algo ha enseñado a los cubanos a estar siempre alertas ante las maniobras divisionistas y subversivas que singularizan la agresividad de los gobiernos de Estados Unidos contra la Isla, es esa veleidad descarada con que echan mano –y después desechan, cuando ya no les sirve– a cualquier personajillo o concilio de varios de ellos, que les funcione como punta de lanza en su obstinado ataque.
Los mejores atributos como «carne de cañón» para estos casos, regularmente los copan delincuentes comunes o traidores tarifados, quienes, en tanto son útiles, danzan los minutos de su fama en la jerga discursiva de altos cargos imperiales, son adulados, exaltados y hasta premiados con honores que llevan, a la vez, diploma y plata contante.